jueves, junio 02, 2005

Silencio

Todo lo que quería era un poco de silencio pero, por más que le suplicaba que se callase, no hacía caso. Me seguía a todos lados inundándome con su constante verborrea, acosándome con sus reproches. No importaba lo que le dijera, ella parecía no oirme; tal vez le faltasen las orejas, no lo sé, no lo recuerdo...

Cuando no estaba hablando, hacía mil ruidos con todos los objetos que se le ponían enfrente. ¡Incluso sus silencios eran ruidosos! Yo podía oir claramente su respiración, parecida al rugir de una locomotora; sus pensamientos eran bulliciosos, se movían de un lado para otro dentro de esa caja inútil que era su cerebro; y mientras se movía, producían un constante murmullo, como si cientos de ratones transitaran por el ático.

Yo sabía siempre lo que pasaba por su mente. ¿Cómo no hacerlo, si podía oir cómo se hilvanaban sus ideas? Cuando pensaba en el tránsito su cabeza se llenaba del ruido de bocinas y motores, frenazos y malas palabras. Si pensaba en la oficina, podía oir el incesante tecleo de las máquinas, las hojas al pasar; los teléfonos timbrando, el jefe dando órdenes, el zumbido de moscardón de los empleados hablando constantemente...

¡Por eso le exigí que dejara de pensar! Pero nunca supo como hacerlo. Se que se esforzaba por complacerme, lo notaba en su rostro compungido, sus miradas furtivas y en sus movimientos colapsados; pero sobretodo, lo notaba en el constante bullir de su cerebro, en ese infernal ruido de los pensamientos que se correteaban y frenaban unos a otros, como una maquinaria descompuesta, inútil, que hace esfuerzos por seguir funcionando y que lo único que logra son quejidos, explosiones y una tos incesante. Daba igual, no podía detenerse ni echar a andar.

¿Dije que daba igual? ¡MENTIRA! Era completamente a la inversa, puesto que yo no quería que funcionara, que siguiera agonizando y martirizándome...

Por eso la maté, para que callase para siempre. ¡Todo lo que quería era un poco de silencio!