viernes, julio 21, 2006

Tragedia

La verdadera tragedia no fue que llegases tarde, como siempre, ni que ese coche doblase la esquina a toda velocidad y te arrollase sin darse tiempo a frenar; tampoco lo fue que en tu carrera no mirases el semáforo y atravesases corriendo la avenida. El espectáculo del auto virando bruscamente tras golpearte, su derrapón queriendo frenar, demasiado tarde, y el estrellarse contra aquella vidriera de la tienda de mascotas no son las que me desgarran.
Ni siquiera ahora frente a esta camilla blanca que lentamente se mancha de rojo, tras los gritos y susurros demandantes de los paramédicos, el aullido de la ambulancia tratando de abrirse camino y tu mirada vidriosa que adivino a través de toda esa parafernalia de tubos y cables que se mecen arrítmicamente, lo mismo que tu respiración, con los vaivenes de la unidad, ni siquiera así, logro emerger de mi propia y personal tragedia. Dime tú, ¿y ahora qué hago con la reservación en el restaurante de moda que tantos favores me costó conseguir?