El ave
Leonora estaba satisfecha, por fin su labor había concluído. Tras meses de paciencia y esfuerzos había logrado enseñarle algunas palabras al pajarraco. Este la miraba con sus ojillos amarillos e inteligentes mientras de vez en cuando alisaba alguna pluma brillante y, a intervalos regulares, repetía con voz chillona la frase aprendida.
Tosió una vez más, la tisis la estaba matando, estaba casi consumida. Edgar pensaba que la tarea de enseñar a hablar al avechucho le agotaba más y trataba de convencerla de que era inutil, ese plumero con patas jamás aprendería nada ya que era un descerebrado, no entendía que esa misión casi imposible era la que la había mantenido con vida tanto tiempo.
Mas hoy su propósito se había cumplido, y con un gran alivio se tendió en la cama a soltar su último suspiro mientras, posado sobre un busto de Palas Atenea, el cuervo repetía:
-¡NUNCA MAS!