Cuotas
Acudió de nuevo a rendir su tributo de dolor y sangre, o al menos eso pensaba. La sangre manó una vez más, como siempre, pero el dolor había desaparecido. Algo había cambiado y no alcanzaba a comprenderlo. Abrió los ojos y todo era oscuridad, calma, calidez. Abrió los oídos y todo era un suave murmullo, como el que se oye a través de una caracola. Abrió todos y cada uno de sus sentidos, hasta que por fin pudo comprenderlo. Había completado la cuota, su sangre había fluido durante demasiado tiempo, ya no la necesitaba. Ahora era su turno de empezar un nuevo estadìo.
Música del alma
María oye una y otra vez las mismas canciones en su ipod, las mismas canciones que le recuerdan el pasado, que le recuerdan a él, o al menos lo que quiere recordar de él. Una y otra vez, sin descanso; una y otra vez hasta acabar anestesiada de ese dolor que le causaba, y lentamente sus pensamientos comienzan a girar de los buenos recuerdos, de aquel amor idealizado a un estadío más real, a la realidad de su vacío, su indiferencia, su falta de cariño y compromiso para con ella. Y casi sin darse cuenta comienza a cambiar la música, dejando atrás las canciones que ya no son el tema de sus recuerdos, y poco a poco le cambia la mirada y la sonrisa en el momento que decide que lo mejor de esa relación fue el momento en que se mandaron al diablo.
La sed
Tengo sed, siento como mi lengua se hincha ante la acuciante necesidad de beber, y sin embargo no puedo tragar nada más. Siento el estómago tenso, a punto de reventar, lo mismo que mis labios resecos. Tengo sed, una sed que me mata y se transforma en sed de vida. ¿Serás acaso tú quien logre calmar mi ansia?
Tercer mundo
Es el dolor, el dolor que no se va, que atenaza mi pecho cada que toso, cada que inspiro. Y el silbido que sale del fondo de mis pulmones que indica que algo no está del todo bien. ¡Como si no lo supiera! Como si no fuese suficiente aviso ese rosetón rojo que ha ido creciendo en mi costado, esa sensación de estarme quemando por dentro, no con la suficiente fuerza, no con la suficiente rapidez. Y al rededor esta selva asfixiante, esta selva con olor a podredumbre como la de todo lo que me rodea. Maldita sea la hora en que me convertí en hombre lobo en esta república bananera, maldita la hora en que estos estúpidos cazadores decidieron usar balas de plata adulterada. ¡Eso no pasa en el primer mundo!
Juegos de manos
Juegan las Moiras a trenzar las cuerdas de las vidas entre sus ágiles dedos; ahora una, ahora otra, siguiendo el ritmo del palpitar de un corazón. Van trenzando juguetonas las vueltas del destino mientras construyen la fugaz historia de uno de tantos mortales; hasta que una de ellas se enreda, y entre risas otra corta el hilo para volver a comenzar.