sábado, septiembre 29, 2007

Sus manos

Le gustaba toda ella, sus ojos color oliva, su cabello castaño que caía como cascada sobre la curva de la espalda, la sonrisa cálida que le dedicaba. Pero sus manos, ¡Ay sus manos! Sus manos eran unas cositas rechonchas y minúsculas que desentonaban con el resto de su anatomía. Esas manos regordetas más parecidas a las de un crío de guardería que a las de una mujer sensual le acababan matando siempre la líbido. No había forma de concentrarse en las redondeces de su pecho y su cadera, inevitablemente su mirada terminaba chocando con esas manos. No podía evitarlo, le desagradaba su tacto, lo corto de sus movimientos, la pequeñez de sus uñas, la semejanza con las manos de una muñeca pepona. Y es que esas cositas jamás podrían cumplir su más grande anhelo, ni siquiera alcanzaban para abarcar su garganta y hacer la presión suficiente para arrancarle la vida.