El Príncipe Rana
Había una tormenta en los ojos de mar de la princesa, estaba enfadada, la rana le había obligado a invitarle a palacio a cambio de entregarle su pelota de oro. Había dado su palabra y debía cumplirla. Temblando de rabia le tendió la mano para que subiese y, a pesar de tener puestos los guantes, no pudo reprimir un escalofrío de asco. La fría piel del batracio relucía bajo el sol, atrayendo las indiscretas miradas de todos aquelllos que se cruzaban en su camino. La humillación e indignación hacían arder sus mejillas, pero se dirigió resuelta a palacio.Aquella noche, la rana estuvo en la cena, posada sobre el plato de oro de la princesa, o al menos sus ancas, debidamente rebosadas.